lunes, 30 de julio de 2012

La inteligencia que se nos presupone

La semana pasada, mis padres se fueron a pasar el resto del verano a la playa y me dejaron a cargo de las plantas. Cada zona de plantas de mi casa tiene un código: las de la terraza se riegan todos los días; las del patio, cada dos días; las del salón, depende del sol que les dé y así. Esta tarea en principio parecía bastante sencilla, sin embargo se complicó con una planta del salón.
La planta en cuestión estaba dentro de una cesta de mimbre y llevaba allí ya varios meses, yo desde el primer momento había aceptado que era de plástico, con lo cual durante los primeros cinco días ni me acerqué a ella. Pero ayer, cuando iba a regar a sus compañeras me fijé en que las hojas no estaban en su posición habitual, sino un poco más inclinadas, como si me hicieran una reverencia, como si me estuvieran pidiendo agua.
Toqué las hojas y desde luego la carátula de un CD tendría más tacto de planta, pero al acercarme vi que dentro de la cesta de mimbre estaba la maceta llena de tierra. La observé desde varios ángulos, pero me parecía a la vez la planta real más falsa y la planta falsa más real.
Podía hacer varias cosas: llamar a mi madre y preguntar si una planta que estaba plantada en tierra y que parecía marchitarse era de verdad. Con esta llamada mis padres confirmarían finalmente mi inutilidad en ciertos aspectos de la vida. También podía regarla aunque fuera de mentira o podía no regarla y en caso de que fuera de verdad y muriera, fingir que se me había olvidado.
Pero entonces la voz del honor me llamó: "Claudia, estudias 15 créditos en asignaturas sobre plantas, un poco de dignidad."

Intenté pensar prácticamente: ¿qué va a hacer una planta de plástico puesta en tierra? Darle más realismo quizás. Oh Dios, ¡a lo mejor la tierra también era falsa! Aquello era un callejón sin salida. Y mis amigos me preguntaban que si sabía ya qué máster quería hacer...
Me imaginé en el laboratorio micropropagando, estudiando la humedad relativa, recitando de memoria la fase luminosa de la fotosíntesis y volví a mirar a la planta roja que se reía de mí desde aquel rincón.
Entonces, mi yo biotecnológico, pensó en hacerle una incisión a la planta, en coger un trocito de hoja y ver si aquello era materia orgánica.

Cogí un cuchillo y me senté en el suelo enfrente de la planta.
¿Hasta qué punto es inteligente el ser humano?
Acerqué el cuchillo al híbrido entre tallo y tronco y raspé un poco. Un plástico demasiado resistente. Raspé más. Y comprobé que sí, que esa planta que llevaba sin regar cinco días era una planta-planta y que ahora tenía una pequeña cavidad que se notaba bastante. Solté el arma y permanecí sentada un rato a su lado reflexionando sobre si de verdad necesitamos todo eso del 2.0, la realidad aumentada, las televisiones 3D o la leche con omega 3. Si no estamos yendo mucho más allá de lo que hemos podido asimilar previamente. Si yo era inútil o si esa planta era simplemente un elemento del Mal.


Y esta experiencia puede ser resumida con una frase de canción: La vida es muchas veces triste.

miércoles, 25 de julio de 2012

Erasmus en Italia.

Esta mañana me he levantado bastante indignada por la gestión que lleva mi universidad sobre el Erasmus. Es una gestión que se basa en no hacer nada, en ignorar los correos que reciben y en tener el teléfono comunicando todo el día. Resumiendo que el tema Erasmus me tenía algo quemada hasta que he leído en el blog de Sostres un artículo que podéis disfrutar aquí y en el que resume el Erasmus en beber y follar. Entonces he pensado que si lo decía una eminencia como él, que nos ha dejado grandes frases como "Esa tensión de la carne, esas vaginas que aún no huelen a ácido úrico, que están limpias" refiriéndose a adolescentes, todo este esfuerzo y papeleo valían la pena.

El artículo recrea el Erasmus en Florencia de una muchacha de Barcelona que a priori es bastante normal, pero que termina siendo una guarra sin sentimientos cuando deja a su novio por un italiano que acaba de conocer. Merece la pena leerlo, es un festival de tópicos y generalizaciones, un gran documento que ponerle delante a cualquier chica que vuelva de su Erasmus y obligarle a que lo lea en la plaza del pueblo, rodeada de cientos de personas mientras Sostres le grita "dime que no es verdad, furcia maldita". La chica se echaría a llorar y uno a uno todos los asistentes pasarían por delante de ella escupiéndole. Desde luego no habría nadie allí para defenderla porque el italiano macarra la dejó, su novio humillado se suicidó y sus padres se dieron cuenta de que habían gastado todo el dinero en pagarle la bacanal a la niña. Hay que ser guarra para irse a Italia.

Yo tras leer el artículo estoy bastante preocupada, porque no sólo es que me vaya de Erasmus a Italia, paraíso del alcohol y el sexo sin control, sino que me voy a Sicilia donde todo es costa, playas, gente con poca ropa, mucho más sexo y mucha más fiesta. Lo que me convierte ahora mismo en el ser más despreciable que puedas encontrarte en territorio español. Vamos, mucha presión. Aunque en realidad no hay nada que pueda argumentar a mi favor, está claro que no es casualidad que haya escogido este destino, es algo totalmente premeditado porque no soy otra cosa que una chica de 21 años sin ningún tipo de decencia. 
En cuanto a mi novio de toda la vida no sé qué hacer, porque no tengo, pero a veces me despierto de golpe soñando que sí y que viene de Erasmus conmigo. Espantoso.
Respecto a mis padres cito a Sostres, que es como citar bellas palabras de Paulo Coelho un atardecer en un acantilado:

Pobre viejo, si viera para qué ha servido su dinero. ¿No te da vergüenza, desalmada?  

Ni la más mínima, porque habiendo elegido Italia ya puede verse que no tengo vergüenza ni ética ni moral. Ya ves tú, Italia, como si el italiano sirviera de algo, como si el país fuera una potencia, que no estamos hablando de Suecia o Alemania, no, no, ITALIA. Y encima mis padres me lo van a pagar. De traca. Ya ve, señor Sostres, que la juventud de hoy en día no tiene vergüenza y si es juventud femenina menos todavía. Casi como usted.
Tengo billete para mediados de septiembre y a partir de ahí empezará mi carrusel de timar a mis padres, engañar a mi novio y no ir a clase. Además volveré sin saber italiano y habiendo aprobado una o dos. Iré relatando algo por aquí, por si le interesa el Erasmus de una cualquiera. Lo único que puedo asegurarle es una cosa y es que si yo tuviera algunas de sus hazañas en mi historial, no me atrevería a publicar nada en un periódico dando lecciones de moral a nadie, que para eso sí que hace falta ser muy guarro.


PD: Esto no ha pretendido ser una carta abierta a Sostres, porque yo a ese señor lo único que le abriría sería la puerta para que abandonara el país.

jueves, 19 de julio de 2012

El Camino: la etapa de la muerte. Parte 2.

Al final de nuestra primera etapa nos encontramos con un bonito albergue que por suerte estaba justo a la entrada del pueblo. Esto puede parecer algo irrelevante porque una vez que has andado 25km subiendo y bajando cuestas cargado de mochila, ¿qué mas dará andar 300m más? ERROR. Una vez que ves las primeras casas del pueblo en el que te vas a quedar, el tiempo transcurre lento, te desesperas, el sudor recorre tu frente, dejas de escuchar los sonidos que te rodean y tus pies se hunden en la tierra paso a paso. Es lo que se conoce como el síndrome del Caminante que no entrenó y que yo padecí todos y cada uno de los días, llegando incluso a peligrar mi vida en etapas posteriores.
Después de enseñar nuestra credencial de peregrino (requisito imprescindible para poder dormir en los albergues), nos acostamos un rato antes de salir a visitar Villafranca. Cualquier persona que vaya a hacer el Camino debe saber que es muy tentador echarse a dormir un rato, pero que al despertar no sabes si realmente dormiste o te usaron como saco de boxeo porque el dolor muscular es bastante interesante. Son las llamadas siestas de doble filo o siestas de valientes.
Por la noche, conocimos a Alfonso, un hombre de Huesca que había salido desde Roncesvalles, lo cual son unos 750 km y por eso siempre le tendré una profunda admiración. Alfonso contaba historias para hacer las cenas interesantes e incluso nos contó que había tenido un nieto mientras él estaba en el Camino, pero que no se acordaba de cómo se llamaba y ante nuestra cara de sorpresa sentenció "coño, si nunca lo he visto" y nosotros ya nos quedamos conformes.
La mañana siguiente amaneció muy bonita con el sonido de los pájaros de los árboles del jardín y con un fresco agradable, todos estábamos mejor de nuestros dolores porque siguiendo la recomendación de nuestras madres, por la noche tomamos Coca Cola para las agujetas y esto, claramente, obró el milagro. Todo era perfecto y precioso, como la escena de una película en la que una pareja enamorada bebe un batido en un acogedora cafetería acristalada, pero que en un segundo todo se desvanece y mueren tiroteados por una banda callejera de camisetas sin mangas. Nosotros también tuvimos ese segundo trágico, sólo que duró varias horas. Yo notaba que algo me quemaba en la planta del pie y con cada paso me acuchillaba en lo más profundo del alma. Entonces dentro de mí escuché a la niña de Poltergeist diciendo "ya están aquíííí" y así fue: las temidas ampollas.




Ella lo sabía y yo también. 


Las ampollas, una vez que te salen, no se irán con ningún tipo de magia negra ni Compeed ni nada de esas cosas que recomiendan que hagas, todo es mentira. Lo único que funciona es aguantarse y acostumbrar el pie al dolor. Cuando el pie ha andado y está "caliente" el dolor disminuye bastante y ya no quieres amputarlo ni despeñarte por una ladera. Aun así y no es porque yo sea débil, las ampollas duelen un 7/10 en la escala de dolor, donde que te rompan la nariz a pedradas es un 9/10.

Seguimos andando, mis tres compañeros más o menos bien y yo cojeando pero intentando que mi dignidad no se viera afectada. Pasaban las horas y los kilómetros y empezábamos a ascender por un bosque cerrado y lleno de barro donde el dolor de mis ampollas aumentó hasta el 8 y tuve que pedir a Mario que me distrajera con historias. 


Mario intentando que olvidara mi dolor con una historia de prostitutas que trabajaban  enfrente del estadio de Roland Garros.  


Así y después de algún tiempo llegamos a un pueblo compuesto por tres casas, una señora que vendía Aquarius y una fuente donde paramos a recuperarnos del calor y la subida mortal. En ese oasis de esperanza conocimos a Emilio, otro caminante solitario que nos preguntó cuánto quedaba para llegar, "pues creemos que 5 kilómetros". Emilio se escandalizó "NO PUEDE SER, ¡¡5 KILÓMETROS!! De vosotros no me fío, voy a mirar la guía. Me cagontó, sí que quedan 5". Y con estas bellas palabras nos hicimos amigos y en siguientes etapas volvimos a coincidir con él siempre a 5km del final, lo cual dio para bastantes risas. De los siguientes 5 kilómetros recuerdo mucho sol, que ya eran pasadas las tres de la tarde y no habíamos comido, caminos desiertos y empinados y a una mujer con la que nos cruzamos y que me dijo "quedan 2 kilómetros, eso ya no es nada" y entonces me puse a llorar. Luego les pedí a mis amigos y a Emilio que me abandonaran allí, que ya llegaría yo y que si tenía que morir prefería estar sola.



Indicación terrorista cuyos decimales jugaron con nuestras ilusiones. 


Llegamos a Cebreiro a eso de las cuatro y media de la tarde, Emilio se nos adelantó (lo cual me hizo reflexionar sobre el potencial de los jubilados) y al llegar al albergue nos informaron de que sólo quedaban cuatro camas. MILAGRO, EMOCIÓN y COHETES. Esta fue mi etapa de la muerte, en la que me di cuenta de lo peligrosamente fácil que es morir joven de un día para otro y en la que entendí que en el Camino más vale fuerza mental, que fuerza física. Así terminaron los 30 kilómetros de montaña y aquella tarde disfrutamos de un fresco muy fresco a 1300 metros de altitud, viendo desde el albergue que algunas nubes no llegaban tan arriba.


Soy poesía.



martes, 17 de julio de 2012

El Camino. Parte 1.

La gente hace el Camino de Santiago por mil razones diferentes, cada uno tiene sus motivos, más o menos simples, para cargar con la mochila y echar a andar. Mis motivos, de cara al público, eran de los fáciles: la experiencia y el turismo. Pero el Camino tiene algo de místico que me atraía, algo así como de momentos de reflexión, de entender cosas y de olvidar otras, de que los días se reduzcan a lo más sencillo... Todo eso que no expliqué cuando me iba porque es más fácil contentar a la gente con lo del turismo y ya, si empiezas con lo otro puedes acabar realmente mal. Además también hubo un factor personal importante y es que mi familia y muchos amigos me dejaron claro que no confiaban en que pudiera llegar al final y todos tenemos nuestro punto de orgullo.

No hice nada de lo que recomiendan en guías y webs, no me preparé ni probé la mochila antes de cargarla ni tampoco usé el calzado para acostumbrarme. Terminé los exámenes y volví a casa como los soldados que vuelven de Afganistán, pasé por Decathlon y en dos días estaba todo preparado para unas cuantas horas de autobús a Ponferrada. Exactamente lo contrario a lo que se recomienda hacer: planificar el viaje con calma.

Yo le comenté varias veces a mis compañeros de viaje (María, Violeta y Mario) que me preocupaba lo de no tener resistencia para aguantar tantos días. Violeta siempre me decía que no era para tanto, que somos jóvenes. Yo también quería convencerme con esto, pero claro, Violeta y Mario pertenecen a los Scout y ellos los fines de semana talan árboles con cuchillos y se construyen cabañas para pasar noches de tormenta en Sierra Espuña, mientras que yo cuando llueve me quedo en mi casa y me pongo series.ly. El caso es que, unos más convencidos que otros, llegamos a Ponferrada después de una noche de cuellos rotos en el autobús y una parada en Madrid. 
Nuestro primer albergue no tenía precio establecido, se pagaba "la voluntad" y esto puede parecer que no, pero es un problema moral importante. ¿Cuánto es la voluntad? ¿Uno que paga el triple que yo tiene más voluntad o sólo más dinero? Intenté fijarme en lo que pagaba la gente antes que yo y, como no me quedó claro, di una cantidad situada entre los 0.50 y los 500€. Inspeccionamos un poco el lugar y salimos a hacer algo de turismo por la ciudad, cosa que no se volvió a repetir muchas más veces debido a las heridas de guerra que trae consigo el andar tanto tiempo.
Volvimos a la hora de cenar, porque en los albergues hay siempre una cocina más o menos equipada para prepararte algo y la primera noche nos quedó claro que era el lugar donde hacer vida común. De pronto alguien sacó una guitarra y el vino que llevaba circulando un rato por las mesas ayudó a formar un grupo improvisado que destrozaba la canción de Guantanamera a gritos, al cual le acompañaban las palmas del resto, el baile de algún inglés y las miradas asombradas de los coreanos. Estuvimos socializándonos y jugando a las cartas con dos madrileños a los que no pudimos seguir el ritmo y perdimos de vista en la tercera etapa. Esa noche nos acostamos pronto, en una habitación subterránea, sin ventanas y con 50 literas que habían trasladado directamente desde alguna cárcel de Siberia. Antes de dormirme mucha gente ya roncaba y una voz preguntó a alguien "¿vienes a ver las estrellas conmigo?" fue así como conocimos al primero de muchos compañeros de Camino y a quien apodamos como "el de las estrellas" y que más tarde rebautizamos como "el Fucker". Al día siguiente, las luces se encendieron a las seis y una hora más tarde recorríamos la primera etapa de los 202 km que nos separaban de Santiago. Cada poco tiempo adelantábamos o, más normalmente, nos adelantaban peregrinos (término que decidimos sustituir por caminantes en homenaje a The Walking Dead) que nos deseaban "buen Camino" en todos los acentos posibles. 
En esta primera etapa tuvimos nuestro primer dilema, el camino se bifurcaba y había dos alternativas: seguir por la carretera asfaltada que era el camino más corto o adentrarnos por otro camino más largo. Después de los 18km que llevábamos y siendo el primer día, estas dos opciones en mi mente se representaban así: 

Seguir por donde iba todo el mundo, cantar canciones de campamento y coger algún fruto de los árboles.


Desviarnos solitariamente, sufrir el ataque de lobos ibéricos y morir despedazados.

Finalmente, el espíritu scout resolvió la duda con determinación y nos adentramos por el camino largo. Esta fue una decisión muy polémica y en mi opinión poco acertada, pero de la que aprendimos mucho: la cultura del mínimo esfuerzo no te hará triunfar, pero sí sobrevivir. Y al fin y al cabo, el Camino tiene mucho de supervivencia, como mis pies entenderían en los siguientes días.

Seguro que este episodio a George R. R. Martin le gustaría terminarlo con nuestra muerte a manos de los Greyjoy o el rapto de María por unos salvajes, pero lo único que pasó fue que llegamos a Villafranca un poco más tarde y un poco más cansados. Eso sí, atravesamos campos y tenemos mejores fotos que los que fueron por carretera.

Y recuerda que

Y recuerda que